Ya lo dijo el cielo preñado
de escurridizas sombras de pájaro en el agua:
“El horizonte está cerca
pero no llegarás a tiempo”.
Nos comportamos como jóvenes ebrios de vida,
con blancas alas de cera;
las cosas nunca resultaron fáciles, a pesar
de las estrellas fugaces.
Me enseñó su último tatuaje en el brazo.
“Lo siento”, quise decirle allí
bajo la lluvia.
Luces de neón
marcaban el destino al final de la carretera
entre mudos esqueletos de árboles.
Cuando él se asustó de la luz blanca
Encendimos velas en la habitación del motel.
Se rascó con un dedo el corazón tatuado.
¿Premonición? ¿Y qué
hacemos conmigo? También me quema.
Se acostó de espaldas. Suspiró al aire:
“No hubiera visto el sol sin estas alas, míralas, están rotas
y dentro de poco sólo serán cera para velas de
moteles oscuros. Pero hay algo que debes saber antes
de que me alcance el horizonte a destiempo, vida mía:
Volvería a hacerlo”.
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