Hoy, por primera vez en dos años, no he visto al hombre de las monedas. Así bauticé al molesto individuo que tenía el hábito de pasearse por la amplia avenida, con la mirada baja, ajeno a su alrededor. Cada diez minutos se agachaba y extendía una mano hacia el suelo, con un gesto que pretendía recoger una moneda inexistente.
Hoy, al no verle en la avenida, he sentido un extraño pinchazo de nostalgia. Y sí, lo reconozco: he lamentado la moneda que dejé caer ayer.
Hacía un tiempo que no te leía, ahora que vuelvo a hacerlo, me fascino otra vez con tus letras.
¡Eres demasiado amable! Gracias, chico estupendo 🙂