
Circunnavegó su mundo durante su mundo durante diez segundos. Así confirmó, para tranquilidad de generaciones venideras, que, en efecto, este era redondo.
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Circunnavegó su mundo durante su mundo durante diez segundos. Así confirmó, para tranquilidad de generaciones venideras, que, en efecto, este era redondo.
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Todas las cabinas de WC del concierto están ocupadas. Las colas frente a cada una de ellas son desanimantes. Mira el reloj. «Yésica me va a matar». Alberto ya estará atacando con toda su artillería. Menudo amigo. Se les ha «pegado» como una sanguijuela en cuanto ha sabido que irían ellos.
Una de las cabinas se abre, pero no es donde él hace la cola. Igualito que en el supermercado, que nunca aciertas con la persona que te atenderá antes.
Siente que alguien le da un golpecito en el hombro, y descubre la sonrisa blanca de Alberto. Gira el cuello buscando a Yésica, sin éxito. A él sí le encuentran los dedos de su amigo, que resbalan por su brazo en una lenta caricia.
Microrrelato trabajado y corregido por Ginés S. Cutillas, en el taller impartido el pasado 30 de marzo en Sevilla, en Casa Tomada
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(microrrelato inspirado en la imagen de arriba)
Vosotras, que giráis en corrillos, hipnotizando con vuestras vueltas; que marcáis el latido de un corazón, las carreras de 100 metros y la respiración acompasada. Vosotras, mentirosas, que nada sabéis de los sonidos que evocan milenios, de las palabras que nacen eternidades. Para vosotras el presente es un momento apenas, y enseguida se deja atrás, para mirar adelante. ¿Hacia dónde? No lo sabéis. Por eso no me dejaré enredar por vuestra limitada visión del tiempo, odiosas manecillas de reloj.
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(microrrelato inspirado en la imagen de arriba)
Donde la tierra se acaba comienza mi reino. Muchos la poblaron de sueños, castillos y amaneceres, allí se imaginaron un mundo de caricias y amores reencontrados. Solo verás cosas hermosas.
No, por favor, no mires hacia abajo, mírame a mí. No escuches al «sensato», oye mi voz. Ellos eligieron la tierra seca, dura e inhóspita. Yo te ofrezco la levedad, el olvido y la ambrosía.
Sólo debes dar dos pasos y cruzar el umbral.
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(Microrrelato inspirado en la loca foto de arriba)
Amaneces con la mala nueva. Ella te ha dejado, sin notas, sin mensajes. Y te invade una extraña sensación de cebra que ha perdido sus rayas. Vagabundeas por el pasillo, triste como un elefante sediento trashumando en busca del agua. Aunque te reconoces que, si fueras un gorila, tamborilearías la rabia que sientes sobre tu pecho.
Pero sólo eres tú, y ese gesto se queda a medias, entre el enfado del gorila y la tristeza del elefante, y buscas en el espejo las rayas de cebra que te faltan, decidido a no llamar primero, no ahora, no antes que ella.
Y el propósito te dura exactamente cinco minutos, los que tardas en no encontrar el café.