
Circunnavegó su mundo durante su mundo durante diez segundos. Así confirmó, para tranquilidad de generaciones venideras, que, en efecto, este era redondo.
by Rocío de Juan Deja un comentario
Circunnavegó su mundo durante su mundo durante diez segundos. Así confirmó, para tranquilidad de generaciones venideras, que, en efecto, este era redondo.
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Todas las cabinas de WC del concierto están ocupadas. Las colas frente a cada una de ellas son desanimantes. Mira el reloj. «Yésica me va a matar». Alberto ya estará atacando con toda su artillería. Menudo amigo. Se les ha «pegado» como una sanguijuela en cuanto ha sabido que irían ellos.
Una de las cabinas se abre, pero no es donde él hace la cola. Igualito que en el supermercado, que nunca aciertas con la persona que te atenderá antes.
Siente que alguien le da un golpecito en el hombro, y descubre la sonrisa blanca de Alberto. Gira el cuello buscando a Yésica, sin éxito. A él sí le encuentran los dedos de su amigo, que resbalan por su brazo en una lenta caricia.
Microrrelato trabajado y corregido por Ginés S. Cutillas, en el taller impartido el pasado 30 de marzo en Sevilla, en Casa Tomada
by Rocío de Juan 4 comentarios
Nadie nos dijo que no podíamos entrar en el maizal. Ningún adulto nos lo advirtió. El único que nos gritaba que nos alejáramos de su huerto era Old Joe, siempre persiguiéndonos con el puño en alto por subirnos a sus manzanos, porque le rompíamos las ramas de los árboles. Aquel verano rompíamos todo. No había otra forma de llamar la atención. Estaban demasiado ocupados con Ellen Sue, una pequeña bola de carne envuelta en un mantón, que ni siquiera sabía hablar.
—Id a jugar fuera —nos decían—. Dejad a vuestra hermana, no es un juguete.
No podíamos jugar con Ellen Sue, aunque tampoco nos emocionaba la idea. Era demasiado frágil y enana para ser divertida, y, además, acaparaba la atención de los mayores. Hasta parecía hacerle gracia a Old Joe, y eso que él odiaba a los niños. Pero cogía en brazos aquel bulto e intentaba hacerle cosquillas con la barba, y del mantón salía una especie de gorjeo que a todos les hacía mucha gracia.
—Por fin conseguisteis la niña. Va a ser vuestra alegría, porque esos tres diablos… —murmuraba el viejo a nuestros padres, que no solo no le contradecían, sino que fruncían el ceño en nuestra dirección.
Aquella tarde, sentados en la parte de arriba del establo, uno de nosotros dijo en voz alta lo que todos teníamos en la cabeza.
—Vamos a escaparnos.
Era una idea fantástica. No sabíamos cómo no se nos había ocurrido antes. Debían de darse cuenta si desaparecían tres niños, ¿no? Y entonces decidimos escondernos en el maizal.
No fue tan emocionante como creímos al inicio. Apartar las altas hojas de mazorca era una tarea dura, y tenía unos filos bastante cortantes que enseguida nos llenaron de arañazos. Estábamos hechos un desastre antes de haber avanzado siquiera unos metros. Pero teníamos coraje. Rabia y coraje. Eso nos dio fuerzas para seguir caminando hasta que el día se oscureció por completo. En todo ese tiempo, mantuvimos la esperanza de que se dejaran oír las voces de los adultos gritando nuestros nombres. Papá cogería su hoz y comenzaría a desbrozar cada planta del huerto en nuestra busca, mamá llamaría a la tía, y le dejaría a Ellen Sue para salir ella misma en pos de nosotros. Incluso avisarían a Old Joe, que era el vecino más próximo. Pero nada de eso sucedió. La noche proseguía su curso, y solo los grillos parecían solidarizarse con nuestra soledad.
—Hemos ido demasiado lejos. No nos van a encontrar.
Nuevamente, estuvimos de acuerdo, pero no teníamos fuerzas para desandar el camino. Estábamos agotados del esfuerzo, nos escocían las heridas.
—Vamos a hacer un fuego. Así nos verán.
Acometimos aquella nueva idea con muchas energías. Cavamos una especie de zanja para aislar la fogata, y arrancamos todas las plantas de maíz cercanas. Teníamos navajas y mecheros. El resto fue sencillo.
Nunca pretendimos provocar un incendio. Lo nuestro era romper, escaparnos, llamar la atención. Pero jamás quisimos quemar el maizal. La zanja nos protegió solo los primeros diez minutos. En cuanto se prendieron las plantas de alrededor, todo se convirtió en una pura hoguera.
Y esto fue lo último que vimos: el fuego que avanzaba de modo rápido e inexorable hacia nuestra pequeña granja.
Relato construido con las 55 frases para crear infinitas historias, guía gratis que se descarga en la página principal de mi web, usando el tema (el incendio), el reto 1 (narrado en primera persona del plural) y el reto 2 (cruel). Te animo a que crees las tuyas y las compartas 🙂
by Rocío de Juan 2 comentarios
(microrrelato inspirado en la imagen de arriba)
Vosotras, que giráis en corrillos, hipnotizando con vuestras vueltas; que marcáis el latido de un corazón, las carreras de 100 metros y la respiración acompasada. Vosotras, mentirosas, que nada sabéis de los sonidos que evocan milenios, de las palabras que nacen eternidades. Para vosotras el presente es un momento apenas, y enseguida se deja atrás, para mirar adelante. ¿Hacia dónde? No lo sabéis. Por eso no me dejaré enredar por vuestra limitada visión del tiempo, odiosas manecillas de reloj.
by Rocío de Juan 2 comentarios
(microrrelato inspirado en la imagen de arriba)
Donde la tierra se acaba comienza mi reino. Muchos la poblaron de sueños, castillos y amaneceres, allí se imaginaron un mundo de caricias y amores reencontrados. Solo verás cosas hermosas.
No, por favor, no mires hacia abajo, mírame a mí. No escuches al «sensato», oye mi voz. Ellos eligieron la tierra seca, dura e inhóspita. Yo te ofrezco la levedad, el olvido y la ambrosía.
Sólo debes dar dos pasos y cruzar el umbral.