
Nadie nos dijo que no podíamos entrar en el maizal. Ningún adulto nos lo advirtió. El único que nos gritaba que nos alejáramos de su huerto era Old Joe, siempre persiguiéndonos con el puño en alto por subirnos a sus manzanos, porque le rompíamos las ramas de los árboles. Aquel verano rompíamos todo. No había otra forma de llamar la atención. Estaban demasiado ocupados con Ellen Sue, una pequeña bola de carne envuelta en un mantón, que ni siquiera sabía hablar.
—Id a jugar fuera —nos decían—. Dejad a vuestra hermana, no es un juguete.
No podíamos jugar con Ellen Sue, aunque tampoco nos emocionaba la idea. Era demasiado frágil y enana para ser divertida, y, además, acaparaba la atención de los mayores. Hasta parecía hacerle gracia a Old Joe, y eso que él odiaba a los niños. Pero cogía en brazos aquel bulto e intentaba hacerle cosquillas con la barba, y del mantón salía una especie de gorjeo que a todos les hacía mucha gracia.
—Por fin conseguisteis la niña. Va a ser vuestra alegría, porque esos tres diablos… —murmuraba el viejo a nuestros padres, que no solo no le contradecían, sino que fruncían el ceño en nuestra dirección.
Aquella tarde, sentados en la parte de arriba del establo, uno de nosotros dijo en voz alta lo que todos teníamos en la cabeza.
—Vamos a escaparnos.
Era una idea fantástica. No sabíamos cómo no se nos había ocurrido antes. Debían de darse cuenta si desaparecían tres niños, ¿no? Y entonces decidimos escondernos en el maizal.
No fue tan emocionante como creímos al inicio. Apartar las altas hojas de mazorca era una tarea dura, y tenía unos filos bastante cortantes que enseguida nos llenaron de arañazos. Estábamos hechos un desastre antes de haber avanzado siquiera unos metros. Pero teníamos coraje. Rabia y coraje. Eso nos dio fuerzas para seguir caminando hasta que el día se oscureció por completo. En todo ese tiempo, mantuvimos la esperanza de que se dejaran oír las voces de los adultos gritando nuestros nombres. Papá cogería su hoz y comenzaría a desbrozar cada planta del huerto en nuestra busca, mamá llamaría a la tía, y le dejaría a Ellen Sue para salir ella misma en pos de nosotros. Incluso avisarían a Old Joe, que era el vecino más próximo. Pero nada de eso sucedió. La noche proseguía su curso, y solo los grillos parecían solidarizarse con nuestra soledad.
—Hemos ido demasiado lejos. No nos van a encontrar.
Nuevamente, estuvimos de acuerdo, pero no teníamos fuerzas para desandar el camino. Estábamos agotados del esfuerzo, nos escocían las heridas.
—Vamos a hacer un fuego. Así nos verán.
Acometimos aquella nueva idea con muchas energías. Cavamos una especie de zanja para aislar la fogata, y arrancamos todas las plantas de maíz cercanas. Teníamos navajas y mecheros. El resto fue sencillo.
Nunca pretendimos provocar un incendio. Lo nuestro era romper, escaparnos, llamar la atención. Pero jamás quisimos quemar el maizal. La zanja nos protegió solo los primeros diez minutos. En cuanto se prendieron las plantas de alrededor, todo se convirtió en una pura hoguera.
Y esto fue lo último que vimos: el fuego que avanzaba de modo rápido e inexorable hacia nuestra pequeña granja.
Relato construido con las 55 frases para crear infinitas historias, guía gratis que se descarga en la página principal de mi web, usando el tema (el incendio), el reto 1 (narrado en primera persona del plural) y el reto 2 (cruel). Te animo a que crees las tuyas y las compartas 🙂
Un ejemplo de uno travesura que se nos va de las manos. Estupendo final que nos avanza el Final real. ¿Qué tendrán los maizales para inquietarnos tanto? Un gustazo volver a leerte, Rocío. Un abrazo!
¡Hola, David! Muchas gracias por pasarte a comentar, es una delicia tenerte por estos lares, ¡un abrazo!
Hola Rocío, me encantó el relato, muy bueno. Ay las travesuras de los niños, pueden terminar en una situación como la que narras, tremendo. Un abrazo.
Hola Rocío, me encantó el relato, muy bueno. Ay las travesuras de los niños, pueden terminar en una situación como la que narras, tremendo. Un abrazo.