Basado en el reto-concurso de Gustavo Adolfo Bécquer: una historia protagonizada por una bruja.
Y, en realidad, he reescrito un microrrelato de hace seis años, publicado en este mismo blog, que me encantaba y que venía «a cuento».
El amante cometa
Los aldeanos me llamaban la bruja hilandera por mi habilidad para tejer con cualquier material. Me admiraban tanto como me temían, por lo que preferí aislarme en un claro del bosque, alejada de ellos.
El camino hasta mi refugio lo recorrió un joven hechicero, atraído por mi fama. Me confesó que, un mes atrás, había desposado a la fuerza a una joven campesina. La amaba sinceramente pero la novia nunca le correspondió: se arrojó por la ventana en la noche de bodas.
Sin embargo, la chica no se libró del brujo. Este había conjurado un hilo mágico que unía el alma de su esposa al dedo anular de él, así que la caída desde la torre solo destrozó el cuerpo. El espectro de la joven, una versión demacrada de su dueña y ligera como el humo, permaneció atada a su marido. Y ahí entraba yo.
«Necesito que prepares una colección de vestidos a mi esposa», pidió el hechicero. «Livianos, que no la abrumen con su peso». Contemplé los bellos ojos azules del brujo y dije que lo haría, con la condición de trasladar mi telar a su castillo. Tejí durante toda una estación, usando hilo de telaraña, suspiros de doncella y rayos de luna.
Aprovechando un momento en que le probaba los vestidos al espíritu de la joven, corté con mis tijeras de punta de diamante el hilo que la mantenía sujeta al hechicero. Luego lo enrollé en mi dedo anular. El fantasma de la novia desapareció para reunirse con el cuerpo. Y al brujo, por su parte, le tuve atado a mí durante semanas hasta que finalmente pereció de hambre y solo quedó su espectro.
Me encanta salir a pasear en los días de viento y que la gente admire volar, sujeto a mi dedo, a mi hermoso amante cometa.
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