Los aldeanos me llamaban la bruja hilandera por mi habilidad para tejer con cualquier material. Me admiraban, pero también me temían, por lo que preferí aislarme en un claro del bosque que los leñadores habían despoblado.
El camino hasta mi refugio lo encontró un joven hechicero, atraído por mi fama. Me contó que, un mes atrás, había desposado a la fuerza a una joven campesina. Decía que la amaba sinceramente pero la novia nunca le correspondió: se arrojó por la ventana en la noche de bodas.
Sin embargo, la chica no se libró del brujo. Éste había conjurado un hilo mágico que unía el alma de su esposa al dedo anular de él, así que la caída desde la torre sólo destrozó el cuerpo. El espectro de la joven, una versión demacrada de su dueña, ligera como el humo, permaneció atado a su marido. Y ahí entraba yo.
Necesito que prepares una colección de vestidos a mi esposa, pidió el hechicero. Livianos, que no la abrumen con su peso. Contemplé los bellos ojos azules del brujo y dije que lo haría, con la condición de trasladar mi telar a su castillo. Tejí durante toda una estación, usando hilo de telaraña, suspiros de doncella y rayos de luna.
Aprovechando un momento en que le probaba los vestidos a la joven, corté con mis tijeras de punta de diamante el hilo que la mantenía sujeta al hechicero y lo enrollé en mi dedo anular. El fantasma de la novia desapareció para reunirse con el cuerpo. Y al brujo, por su parte, le tuve atado durante semanas hasta que finalmente pereció de hambre y sólo quedó su espectro.
Me encanta salir a pasear en los días de viento y que la gente admire volar, sujeto a mi dedo, a mi hermoso amante cometa.
Además del precioso relato, hay que ver que fotos más bonitas pones.
Me gusta mucho tu blog. 🙂
Un besote.
Alais
Muchísimas gracias preciosa 🙂
A ver cuándo leo un blog tuyo!!
Besotes