El anuncio comenzó a aparecer los martes, curiosa coincidencia. Porque los martes era su día preferido de la semana para leer la prensa en la pausa del desayuno. Los lunes estaba demasiado deprimido, pero al día siguiente parecía haberse acostumbrado de nuevo a la rutina del trabajo. En ese estado de ánimo se fijó en el anuncio que se publicaba siempre en la página 12 (el doce de enero era su cumpleaños), diciendo “Salustiano, llámame”, seguido de un número de teléfono con prefijo de Albacete. ¿Cuántos Salustianos conocerían a alguien de Albacete? ¿Cuántos leerían aquel periódico de marcada tendencia política y se fijarían en el número de página en el que figuraba?
Un día, por fin, se decidió a llamar. Al otro lado de la línea, respondió una voz de mujer joven. Cuando se presentó como Salustiano, ella le preguntó si tenía alguna marca de nacimiento. Él, intrigado, le habló de una mancha con forma de estrella en el hombro. Hubo un silencio por parte de la mujer. “Es muy posible que seas mi padre”, dijo al fin. Él colgó sin dudar un instante. El corazón aún le latía aceleradamente.
Menos mal que no se llamaba Salustiano.
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