Reto: Una historia que incluya las palabras marea-laúd-nariz.
En la otra orilla
La portada del álbum mostraba a una cantante de pelo rubio casi blanco, probablemente danesa o islandesa. Podría haber sido guapa si no fuera por su nariz. Dominaba su rostro como una bandera pirata ondeando en el mástil, diciendo: «Ey, aquí estoy. No puedes ignorarme». Las curiosidades de la portada no terminaban ahí. La chica tocaba un instrumento que yo creía desaparecido. Tuve que confirmar en la contraportada que se trataba de un laúd y no de un ukelele, o una guitarra muy pequeña. Sostenía el instrumentos en su regazo y se inclinaba sobre él casi bizqueando los ojos (por efecto de su gran nariz, imagino). Su cabello rubísimo le caía como una cortina sobre unas manos pequeñas que sobresalían de la cazadora vaquera, y pulsaban las cuerdas. La foto estaba tomada en una playa de luz mortecina, la chica sentada en una silla que se hundía en la arena mientras las olas rompían a su espalda. El agua sumergía las botas de la chica por efecto del reflujo de la marea y empapaba el borde de su falda hippie. «En la otra orilla», era el título del álbum.
Creo que estuve contemplando mi buena media hora aquella portada antes de que el dependiente agotase su paciencia y me dijese si iba a comprarlo («Tío, te lo llevas o no»). Sacudí la cabeza, negando, y salí. Una vez fuera contemplé, con tristeza, mi reflejo en el escaparate. El pelo rubio albino estaba alborotado y mi generoso apéndice nasal comenzaba a enrojecer con el frío de enero. La cincha con la que sujetaba el estuche de mi laúd me apretaba después de tantas horas de cargarlo a la espalda. Seguía sin encontrar profesor para aprender a tocarlo, pese a haber recorrido todas las tiendas de discos e instrumentos de la ciudad. Y ahí estaba la última coincidencia, el agua. Se había puesto a llover muy temprano, aunque no tanto como para formar charcos donde mis botas se mojasen como las de ella. Estaba claro: tendría que buscar otras mareas.
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