Fue Conrado Birdie el que edificó la casa violeta, aunque eso sucedió muchos años atrás, cuando Eudora tenía una treintena de familias y el doble de hectáreas de bosques a su alrededor. El señor Birdie trajo consigo a su esposa y unos rollos bajo el brazo con los planos de la casa.
Aunque en Eudora parece que solo tenemos tiempo para talar árboles y llenar el aserradero de Pullman, ayudamos al señor Birdie a construir su casa, y la pintamos de violeta como él pedía. Es cierto que nos movió en gran medida el interés por May Ellen, su esposa. El señor Birdie nos había contado que, siguiendo los consejos de un médico, habían venido por el aire puro de los bosques para aliviar la enfermedad de su mujer.
Pero ni los habitantes de Eudora, ni el señor Birdie, creíamos realmente que May Ellen pudiera modificar su forma de comportarse por la sola y benéfica influencia del clima. De hecho, en los cuarenta años que ella habitó en Eudora, ningún día dejó de vestirse en tonos lilas, morados, cárdenos y violetas, ni de correr con la agilidad de un potrillo hacia cualquier ser animado o inanimado con esos colores.
Cuando el verano llegaba a Eudora, y un viento bochornoso mecía las ramas imitando el vaivén de una hamaca, May Ellen Birdie desafiaba al sol caminando hasta el prado donde una explosión de su color favorito había teñido la pradera. Se sentaba allí y masticaba una flor tras otra, con deliberada lentitud, mientras los niños de Eudora la observaban desde lejos, saludándola. May Ellen les sonreía siempre, con su boca ancha y dulce como una rodaja de melón, y canturreaba una melodía asonante que espantaba las moscas del verano y encendía los corazones de los jóvenes de Eudora, porque May Ellen era delicada y bonita, y aquí no abundan las mujeres.
May Ellen tuvo un hijo, aunque nunca tuvimos claro si Conrado Birdie fue el verdadero padre; se comentaba que un admirador había abusado de la debilidad cromática de la muchacha para hacerla suya en el prado. Por eso no protestamos el día que amanecimos con el resplandor de un incendio que consumió por entero la pradera de violetas. El matrimonio Birdie se encerró en su casa y cuidó de su retoño, que fue enviado al sur para estudiar cuando creció. El chico regresó algunos veranos mientras fue joven, pero los Birdie permanecieron aquí, en Eudora. May Ellen murió el otoño pasado y su marido no tardó en seguirla, consumido de pena.
Se lo aseguro: no he conocido muchos locos, pero creo que Conrado Birdie se lleva la palma; esta casa violeta en Eudora es la prueba de hasta dónde llega la locura de un hombre por amor.
¡Pero qué precioso! Me ha encantado el ambiente y los personajes. Como única pega, se me ha hecho corto. Podrías sacar un relato más largo con este material.
Beso violeta.
Alais
¡Gracias Alais!
Tienes razón, creo que es un culebrón que daría para más páginas, tengo que mejorarlo.
Otro beso violeta (para variar)
Por un momento me he sentido embargada de violeta, me ha encantado el relato. Un beso