Marie vivía en las Salinas, cerca de la fábrica de ladrillo. La ropa le olía a una mezcla de tabaco y lavanda, y llevaba el pelo recogido con un lazo. En clase la apuesta entre los chicos era quién se llevaría el lazo de Marie.
Ella nunca protestaba. Cuando se lo quitábamos, bajaba la cabeza hacia la mesa del pupitre y apretaba los labios. Deseábamos seguir a la rubia francesita hasta las Salinas, pero su padre siempre la esperaba a la salida del colegio, grande como un molino, y con una pipa colgándole de la boca.
Cuando empezamos el bachillerato, ella dejó de venir a clase. Había comenzado a trabajar en la fábrica. Nos acostumbramos entonces a ir por las tardes hasta las Salinas, con la esperanza de verla salir. Queríamos saber si todavía seguiría llevando lazos, y quién de nosotros se atrevería a quitárselo.
Una tarde coincidimos por fin con ella. Estaba muy cambiada. Su silueta femenina nos perturbó, casi tanto como la visión de su cabello suelto sobre la espalda, sin cinta que lo anudase. Compartiendo un mismo impulso, empezamos a caminar hacia ella, pero apenas avanzamos unos metros. Un chico alto, casi tan alto como el padre de Marie, apareció para acompañarla.
Les vimos alejarse mientras aferrábamos, en el escondite de nuestros bolsillos, el antiguo tesoro de las cintas de Marie.
Muy tierno. El tema es muy marcado. La pérdida de la infancia. Me gusta que no se cite nada al respecto si no que te limites a exponer los hechos. Gracias por tu feroz crítica… A ver si mejoro algo… Aunque creo que no se puede mejorar…
Hola y gracias por comentar. Hey, yo quería darte ánimos, no desanimarte, espero que haya sabido transmitir que me gusta mucho cómo escribes, porque es cierto. Un abrazo, compi.