Aquella mañana él la miró a los ojos. Irene no debería haberse sorprendido tanto. Después de todo, Hugo Molina era su jefe y le veía atravesar todos los días la oficina, sus pisadas enérgicas clavándose en la moqueta antes de encerrarse tras la puerta de su despacho.
Pero lo cierto es que el señor Molina sólo se comunicaba con Belén, su secretaria, y nunca se había dirigido expresamente a Irene ni a las otras dos chicas que trabajaban en la oficina. Sólo que Belén no se encontraba en ese momento porque había salido a desayunar.
-¿Usted lee el periódico? –le preguntó él.
Irene abrió y cerró la boca como un pez, buscando ayuda en derredor con la mirada. Descubrió entonces que estaba sola en la oficina. Las otras debían haberse escaqueado mientras ella repasaba absorta la contabilidad.
-No, señor Molina –confesó mientras comprobaba con espanto que le ardía el rostro. Debía haberse ruborizado hasta la raíz del pelo.
-¿Ni siquiera ayer? –insistió él.
Se inclinó todavía más hacia Irene, y ella pudo comprobar que sus ojos eran verdes, moteados con pintas marrones. Había habido una apuesta en la oficina respecto al color de sus ojos. El atractivo hijo del jefe, que acababa de reemplazar a su padre en la gerencia del despacho, no había pasado desapercibido entre sus empleadas.
-Ni siquiera ayer –confesó Irene, intentando sostener la mirada de su jefe con valentía.
Él le acercó entonces el periódico que sostenía en la mano. Era el ejemplar del domingo.
-Pues lea, por favor.
Irene no estaba muy segura de lo que debía encontrar. Sus ojos, acostumbrados a revisar largas filas de números y asientos contables, escanearon la portada buscando las palabras “Hugo”, “Molina”, “despacho”, “asesoría”. Nada, ni rastro. Abrió entonces el periódico y fue pasando las hojas una por una, incluida la sección de deportes. Cuando iba a saltarse la sección de contactos, le llamó la atención un anuncio en negrita y letras grandes que decía: “Hombre atractivo de 30 años busca mujer que le haga soñar” y, un poco más abajo, añadía: “Ojos verdes, tímido, buena posición económica”. Con rapidez pasó la página, avergonzada de que el señor Molina se hubiese dado cuenta de su interés. Finalmente se lo devolvió con un suspiro:
-No he encontrado ninguna noticia referente a usted o a la empresa, señor Molina.
Le sorprendió que él no estuviese enfadado; es más, parecía que los ojos le brillaban divertidos.
-Discúlpeme, Irene. No buscaba una noticia. Quería comprobar si algo le llamaba la atención.
Entonces ella comprendió y su voz se volvió un susurro mientras se incorporaba con lentitud de su asiento y se inclinaba hacia el rostro de Hugo Molina, que se apartó sorprendido.
-Verdes con motas marrones –dijo Irene sonriendo con picardía-. Sus ojos son verdes con motas marrones.
Y añadió mientras le acercaba hacia ella tirando de su corbata:
-Para que una relación empiece bien, es fundamental ser sinceros.
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