El relato corto posee una única idea implícita o explícita —a lo sumo dos—, que se refuerza de forma secuencial. ¿Cómo? Con la inclusión de aspectos ya conocidos, pero que, cada una o dos frases, intercalan datos aún desconocidos.
Así, el secreto de un buen texto narrativo está en el artificio de repetir y repetir. El oficio del que relata consiste, por tanto, en fijar la atención del lector con reiteraciones invisibles y el interés con acciones o situaciones novedosas. Estas repeticiones deben evitar la duplicidad de palabras y buscar, en cambio, la redundancia de ideas.
Existen muchos trucos para camuflar estas argucias en nuestros escritos. Uno de ellos consiste en utilizar, una y otra vez, campos de significados afines . El objetivo de estas redundancias invisibles es conseguir continuidad en nuestros textos, desde el comienzo hasta la resolución de la historia.
Las dos ideas sobre las que pivota «La Noche de los feos», relato de Mario Benedetti, son la fealdad y la soledad de los dos protagonistas. Benedetti repite, insiste e incide en estos dos conceptos, que forman la causa y la consecuencia del cuento:
«Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia».
(…) «Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera».
(…) «Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía, pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola, todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos —de la mano o del brazo— tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas».
Fuente: Mario Benedetti, «De la muerte y otras sorpresas» (Siglo XXI, Madrid, 1982, 18ª Edición).
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