Reto: Una historia donde alguien tienda a llorar por todo lo que le sucede.
LÁGRIMAS
—Estoy tan feliz, ¡tanto! —Áurea sacó de su manga derecha un pañuelo bordado de color violeta y se sonó con estruendo la nariz.
—Sí, pero… —El abogado no comprendía en absoluto. Acababa de anunciar a su clienta de toda la vida que era la única beneficiaria de las rentas de su tía, una bonita suma que la dejaba en una posición desahogada… y ahí la tenía, sollozando de nuevo, como siempre, solo que él estaba acostumbrado a que fuera por motivos más penosos: la muerte de sus padres, el embargo de la casa.
—Pero mujer, ¿quiere dejar de llorar de una santa vez?
La aludida levantó el rostro un instante y asomó un ojo por detrás del encaje violeta.
—¿Quién, yo?
—Áurea, ya va siendo usted mayorcita para no saber controlar sus emociones.
Ella respingó.
—Cuarenta y siete, si me perdona, y no es de su incumbencia. Llorar me relaja, abre los pulmones y libera estresores.
—Déjese de pamplinas. Lo único que hace es provocarle arrugas y ponerla colorada como un tomate.
La mujer, en efecto, enrojeció aún más ante este comentario.
—No puedo evitar llorar.
—Sí puede, lleva dos minutos sin gimotear. Solo debe pensar en cosas felices, En lo que hará con ese dinero. En las cosas bonitas que se comprará.
Áurea estalló en un nuevo acceso de lágrimas.
—¡Con lo coqueta que era mi tía!
—Bueno, pues… ¡piense en viajes! —improvisó el abogado.
—¡Mi tía estaba en cama desde hace muchísimos años! —Lloró aún más fuerte.
—¡Búsquese una pareja! ¡Alguien que la comprenda y la acepte como es!
Ambos se quedaron en silencio unos instantes. La pregunta en el aire estaba cristalina.
—Nunca he soportado las lágrimas —confesó él.
—Creo que podré hacer un esfuerzo.
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