Vivo en Indonesia y así me presento en el chat. Lo cierto es que vivo en una ciudad española donde el alcalde tuvo la ocurrencia de nombrar a un barrio de reciente construcción como Indonesia, y a sus calles con los nombres de las islas. Dicen que hay 17.508 islas en Indonesia, pero no creo que nuestro barrio crezca tanto.
Otra cosa que tampoco digo en los chats es mi edad. Probablemente cliqué “Acepto” en algún tipo de “mandamientos del lugar” donde juraba decir la verdad y sacar a pasear a mi abuela los domingos, pero he decidido que les hago un favor a los moderadores cuando les oculto mis once años y digo que tengo treinta.
Mi nombre virtual es “Pingüino”. Nada que ver con Indonesia ni con los encuentros de moteros en Puente Duero, pero sí con la frase que mi padre pronunció hace tres meses y que me impulsó a entrar en el mundo virtual para comprenderla. Por supuesto, todo comenzó por mi causa y coincidiendo con el inicio de curso.
—Va a ir a una escuela especial y es mi última palabra —dijo mi madre, iniciando la discusión.
—Me niego a que vaya a un colegio de “raros” —sentenció mi padre.
Al día siguiente, él mismo me llevó hasta el despacho de la directora de la Escuela de Altas Capacidades. Ésta era una mujer tan perfecta como la decoración del despacho —blanco y negro como un tablero de damas— pero al menos con los labios pintados de rojo.
Mi padre abrió mucho los ojos cuando la vio, tartamudeó (jamás había notado ese defecto en él) y le dio una patada en la espinilla (sin querer) cuando se aproximó a saludarla. Tuve que concluir que la libido de mi padre estaba siendo asaltada por las feromonas de la directora.
—¡Papá! —dije casi aullando—. Necesito ir a un baño cuanto antes, y que me acompañes.
Que Papá Noel me perdone, pensé. Mi padre y la diosa encarnada en directora volvieron los ojos hacia mí con igual espanto, pero arrastré a mi progenitor fuera del despacho sin miramientos.
—¿Se puede saber qué te pasa, Jorge? —mi padre me seguía a zancadas.
Una vez en el baño de caballeros, cerré y me apoyé jadeante en la puerta.
—Estabas babeando —le dije, acusador.
—No necesito que mi hijo de diez años me llame la atención.
—Once.
—Me da igual. ¡Joder! Si ni siquiera los aparentas.
No respondí.
—Mira, hijo, tu madurez afectiva no está acorde con tu madurez intelectiva…
—Hablas como el manual que tienes en la mesita de noche.
Avancé hacia la primera cabina que encontré abierta y me encerré en ella. Luego me senté en la taza del wáter (con la tapa cerrada). Presentía que la pelea iba para largo.
—¿Qué haces?
—Estoy miccionando.
—Jorge, no me toques los co…
—A mamá no le gusta que digas tacos.
—¡¡Joder!!
Oí cómo apoyaba su espalda en la puerta de la cabina, haciendo temblar la estructura. Resopló.
—Lo superarás —le dije.
—¿El qué?
—Tener un hijo como yo. Dentro de diez años te reirás de estos momentos.
Aunque no podía verle, me pareció que la espalda se relajaba contra la puerta y me imaginé a mi padre sonriendo.
—Hay cosas que nunca terminas de saber manejar, hijo.
Era lo más parecido a un diálogo entre adultos que habíamos tenido mi padre y yo, y no desaproveché la ocasión.
—¿Por qué nos atraen tanto las mujeres, papá?
Ahora sí tuve la certeza de que estaba sonriendo.
—Porque nos hacen sentir como pingüinos en La Habana —fue su sorprendente respuesta—. Torpes y fuera de lugar. Pero también especiales. Únicos.
—Y ellas, ¿qué ganan con nosotros?
—Una entrada gratis para el zoo. ¿Tú qué crees?
Nos reímos como idiotas, pero fui incapaz de reconocer que, por primera vez en mucho tiempo, había algo que no entendía.
Por eso entro en el chat diciendo que tengo treinta años, que vivo en un barrio de Indonesia y que me interesa conocer a las mujeres. Creo que son el misterio que jamás podrá desvelarme ninguna Escuela de Altas Capacidades. A mi padre le interesa más vivirlo que entenderlo y a eso lo llamo yo sabiduría.
Hacía tiempo que no te leía… Me alegro de verte de nuevo en tú salsa. Me encantan tus relatos ¿te lo había dicho antes? BS. Ri.
Eres encantador, Ri, ¿te lo había dicho antes? Otro beso…¡y Feliz Navidad!
Precioso relato, Rocío. Feliz Año, lleno de escritos y de logros. Un beso.
¡Muchas gracias Dolores! Feliz año a ti también 🙂