Estilo formal
A este estilo también le podríamos denominar estilo frío, o estilo distante, o estilo impersonal. El autor no muestra su estado de ánimo, ni intenta empatizar con el lector, ni tampoco intenta reprochar nada. Escribe de una manera fría, sin emoción, únicamente para informar. Para hacernos una idea, este estilo lo podemos encontrar en las cartas que nos envían organismos o instituciones como puede ser una universidad, un ministerio, una empresa, etc.
En una narración, sería posible usar este estilo, pero no resultaría lo más adecuado. Si escribimos así, nuestra novela resultará totalmente falta de emoción. Cuando hablo de emoción no me refiero a tensión, a interés por los hechos que se puedan contar, sino a emotividad por parte del narrador. Aunque el texto esté bien escrito, y las frases bien redactadas, el tono no será el adecuado. La novela quedará como un informe técnico, distante del lector.
El estilo formal puede ser empleado ocasionalmente como recurso dentro de un texto narrativo, pero, en general, no es adecuado para narrar. Es conveniente escribir nuestras novelas manifestando una cierta temperatura emocional.
Estilo enfático
Este estilo es en cierta manera opuesto al formal y se caracteriza por el uso de un tono exagerado.
La manera más fácil de captarlo es mediante un ejemplo. Imaginemos que estamos escribiendo una novela de intriga y que en algún momento de la acción el protagonista escucha un grito. Si tenemos cierta experiencia como escritores, se lo contaremos a nuestros lectores mediante una frase como ésta:
“Entonces oyó un grito.”
A un escritor principiante, en cambio, este grito se le puede quedar corto, le puede parecer poca cosa, y entonces querrá enfatizarlo para impresionar al lector. Es posible que acabe escribiendo algo así:
“En ese instante, un alarido estremecedor le desgarró los tímpanos.”
Si nos fijamos, la primera frase describe un suceso de manera sencilla pero correcta, mientras que en la segunda la descripción resulta exagerada. En esta segunda frase, el hecho de escuchar el grito está forzado, está enfatizado hasta un extremo cómico (sin que el autor haya tenido esa intención).
Al escribir de un modo enfático, el narrador eleva su “voz”, pero no por ello está escribiendo de una manera más eficaz. Al contrario, el énfasis, sobre todo si es continuado, puede llegar a saturar al lector.
La intensidad de un texto hemos de conseguirla a través de los propios hechos narrados, de los sucesos que componen nuestra historia, y no a través de las palabras o expresiones que podamos incluir en cada frase.
Estilo poético
El estilo poético, o retórico, es, por explicarlo de una manera rápida, el que utiliza aquel escritor que tiende a escribir “deambular por la urbe” en lugar de “pasear por la ciudad”.
El estilo retórico es muy habitual en escritores principiantes. Su uso no indica que el escritor sea malo. Todo lo contrario: ya que requiere un cierto dominio del lenguaje (al escribir usando este estilo se suele hacer uso de un vocabulario extenso, de recursos estilísticos como metáforas o comparaciones, de adjetivos precisos, etcétera).
Estilo asertivo
Examinemos ahora un último estilo errado y bastante frecuente también en el trabajo de escritores principiantes. Se denomina “estilo asertivo”. El adjetivo deriva del verbo “aseverar”, que significa más o menos “asegurar“. Se trata de un estilo que se basa casi exclusivamente en la sucesión de frases afirmativas “peladas”.
El estilo asertivo no contribuye a la naturalidad de un texto narrativo, ya que generalmente las personas, cuando narramos una historia (de viva voz), y en general cuando hablamos, no solemos usar únicamente afirmaciones “peladas“, sino que acostumbramos a matizar lo que decimos.
Este es un estilo que puede costar de apreciar. Pongamos un ejemplo. Es muy probable que el director de una gran compañía comercial se exprese en estilo asertivo en una reunión con sus socios, más o menos de esta manera:
Los beneficios netos de la empresa han aumentado un 8,2 por ciento en relación con el año anterior, y el índice de incremento interanual previsto para el mes de junio se sitúa en un 9,7.
No obstante, si el director desea cambiar de trabajo y dedicarse a la literatura (es una hipótesis que nos va bien para ejemplificar), entonces hará bien en matizar o dudar de sus afirmaciones, e introducir apreciaciones personales:
Los beneficios netos de nuestra empresa cabría decir que han aumentado alrededor de un 8 por ciento en relación con el año anterior; y el índice de incremento interanual previsto para el mes de junio, si las cosas no se tuercen a última hora, podría situarse un poco por encima del 9 por ciento. Y digo podría, porque estas previsiones yo no me atrevo a hacerlas así como así.
Con esta versión, el directivo o la directiva habrá utilizado un estilo más cercano a la forma en la que se debe narrar una historia. Y desde luego, sus socios la charla les resultará más amena.
¿Es posible contar una historia sin afirmar a cada poco que el protagonista es de esta forma o de esta otra, y que hace o deja e hacer esto o aquello? En principio todo indica que no. Contar es enunciar una serie de hechos o acciones, y la afirmación es el modo más normal de enunciar algo. El problema aparece al usar una escritura exclusivamente afirmativa, sin matices.
Observemos un fragmento de un relato de J. D. Salinger, “El periodo azul de Saumier-Smith”:
Mi padre y mi madre se divorciaron durante el invierno de 1928, cuando yo tenía ocho años, y mi madre se casó con Bobby a fines de esa primavera. Un año más tarde, en el desastre de Wall Street, Bobby perdió todo lo que tenían él y mamá, excepto, al parecer, una varita mágica. Prácticamente de la noche a la mañana, Bobby se transformó de ex agente de bolsa y vividor incapacitado en un tasador vivaz, si bien algo falto de conocimientos, de una sociedad norteamericana de galerías y museos de arte independiente. Unas semanas más tarde, a principios de 1930, nuestro terceto un poco heterogéneo se trasladó de Nueva York a París, más conveniente para el nuevo trabajo de Bobby. Yo tenía a los diez años un carácter frío, por no decir glacial, y tomé la gran mudanza, por lo que recuerdo, sin ninguna clase de traumas. La mudanza de vuelta a Nueva York, nueve años después, a los tres meses de la muerte de mi madre, fue lo que me alteró, y de un modo terrible.
Si nos fijamos bien, el narrador va matizando sus afirmaciones. Decir que un personaje se transforma de la noche a la mañana supondría una aserción rotunda. En cambio, decir que se transforma prácticamente de la noche a la mañana resulta de alguna manera mucho más verosímil. Porque indica, sobre todo, que esa voz que se dirige a nosotros en el texto es muy consciente del hecho mismo de estar hablando; que de algún modo va calculando lo que dice; que el personaje se mantiene en una cierta relación con su propia narración.
Podríamos incluso decir que el propio narrador no subscribe al cien por cien algunas de sus afirmaciones; que a la vez que cuenta su historia, dialoga con ella y consigo mismo, y que por eso no se atreve del todo a afirmar. Cada afirmación va matizada por una partícula que le quita algo de certeza (en el texto del ejemplo, estas partículas son “al parecer“, “algo” y “un poco“, entre otras).
Estos elementos se llaman “modalizadores“, y su función dentro de un texto escrito consiste justamente en restar peso a los enunciados. “Tal vez”, “casi”, “quizás”, “algunas veces”, “en cierto modo”, “algo”, “un poco”, “en parte”, “podría ser”, “hasta donde yo sé…” son otros modalizadores usados frecuentemente.
Pero observemos también que además de los modalizadores hay algo que elimina del texto de Salinger el estilo asertivo. Dentro del párrafo, casi todas las afirmaciones quedan en seguida compensadas por la duda o las reservas, puestas un poco en entredicho.
Según afirma el personaje narrador, Bobby perdió todo lo que tenían él y su madre… excepto, al parecer, una varita mágica. Igualmente, Bobby se transformó después en un tasador vivaz… si bien algo falto de conocimientos. Los tres formaban un tercero heterogéneo… aunque no del todo. Y es verdad que su carácter frío le permitió al protagonista afrontar la mudanza sin traumas de ningún tipo… pero sólo hasta donde él recuerda.
Si nos fijamos bien, casi todas las afirmaciones en el texto de ejemplo tienen de inmediato un contrapunto. Sin él, es muy probable que el texto se percibiera como una pura exposición de hechos. Y en cambio la narración de Salinger es fresca, en la medida en que el propio personaje dice algo y pronto se desdice.
No es sólo ya que el narrador sea consciente de estar contando su historia y así lo marque en el relato de los hechos (“al parecer”, “por no decir”, “por lo que recuerdo…”); es que la propia narración es algo “vivo”. Es decir: en la misma medida en que el personaje narrador dialoga consigo mismo (dice y se desdice, afirma y matiza sus afirmaciones), en la misma medida la propia narración estará proponiendo un diálogo interesante a sus lectores.
Si, por el contrario, el narrador no dialoga con su historia, si se limita a afirmar una y otra vez que ocurrió esto, y luego aquello, y luego aquello otro, es muy posible que nuestra novela no dure más de dos páginas en manos de un lector medianamente exigente.
Basado en “La práctica del relato”
Ángel Zapata.
buf.. si yo me pusiera a leer sobre todas estas disertaciones sobre etiquetas, estilo y normas y parametros ni comenzaría a escribir..
no obstante, el analisis es interesante, que quede claro..
Hola Jordi, rebienvenido a estos lares.
Jeje, no te preocupes, lo del estilo se repasa una vez que escribimos; el "yo" corrector siempre es el último en ejercer.
Me he pasado por tu blog, y veo que escribes; quizá te animes a hacer una prueba para comprobar si caes en alguno de estos 4 estilos a evitar (yo caigo en 2, ya te contaré cuáles).
Un saludo y feliz año, by the way!
Yo entonces creo que pecaria en el de estilo poético y en el de enfatizar demasiado las cosas, y si dices que tú pecas en 2, y si no estoy muy equivocado, creo que las tuyas han de ser las mismas que las mías. ¿Me equivoco?
Un saludo!
Casi, casi, Rose 🙂
(por cierto, rebienvenido)
Yo tengo una ligera tendencia al formal y asertivo. Es cierto que alguna vez se me cuela algo demasiado poético, pero principalmente mi problema está en los dos que te cito arriba. Ya estoy trabajando en ello :-p
¿Qué tal va todo? Un beso!!
Por cierto, diga lo que diga Angel Zapata (que no pongo en duda que lo que diga lo haga con rigor y criterio), creo que escribes de fábula y si a veces tu estilo tiende a ser formal y asertivo, tal vez incluso imprima más caracter y personalidad a tus escritos. No todos podemos escribir del mismo modo, sino menudo aburrimiento.
Estoy completamente convencido de que los "buenos escritores" en un principio se reieron del escribir (jugar) de Cortazar, del mismo modo que en un principo casi echan abajo la Torre Eiffel.
Joder, jaj, no he dado ni una, y eso que era más fácil acertar alguna aunque fuere por suerte que fallar las dos.
Pues ahora va bien, ando muy muuuuy liado con los estudios porque tras varios años casi sin hacer nada, ya no me quedan apenas trenes que coger, y estoy agarrado al último hasta con los dientes porque éste ya si que no lo quiero ni lo pienso perder.
Pero ahora que voy poniendo un poquito casi todo en orden, tengo un poco más de tiempo para "perder" así que tengo pensado volver a escribir, de hecho ya lo llevo haciendo desde hace un par de semanas.
Rehola:
Es cierto, ya me he pasado por tu blog y veo que ya estás dejando cosas, me alegra mucho. Oye, pero que tú eres muy joven, ¿qué es eso de hablar de trenes que perder?
Muchas gracias por los ánimos, me alegra que te guste cómo escribo aunque caiga en fallos, jajaj. Tenía ganas de empezar un blog de relatos, así que ya me irás diciendo (con calma) lo que te parecen las historias de la Posada de los Vientos.
Un beso y te veo por tu blog.
PD Perdona si tardan en aparecer los comentarios, es que todas las semanas tengo comentarios spam en este blog y me toca borrarlos, así que opté por moderar, pero lo reviso cada tres días como mucho. :S