Esta noche te encuentras de nuevo frente a las puertas de un laberinto, con la conocida sensación de peligro hormigueándote bajo la piel. El laberinto-mujer que contemplas se enfunda en un vestido de gasa rosa que proclama inocencia, mientras sus labios rabiosamente encendidos piden guerra. Y te preguntas si sabrás salir indemne en esta ocasión.
Conoces tres modos seguros de escapar de este tipo de laberintos, llegado el caso. La primera técnica es elegir una dirección y mantenerte firme en ella. Las dudas siempre son ganancia para las féminas. La segunda consiste en el ensayo-error. Ahora avanzo, ahora retrocedo, llevando al límite su paciencia. Justo como en los laberintos reales.
La tercera opción, la que ahora te planteas, es la más obvia: si tienes miedo de no saber escapar, mejor no arriesgues.
Dudas. Dos minutos de vacilación y terminas por invitarla a una copa, acallando las razones de tu subconsciente: yo. Luego no me vengas quejándote, pobre ingenuo.
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