«Hay un concepto muy generalizado que supone al acto de la escritura como un mero hecho de la inspiración, de tal manera que el escritor resulta ser un elegido, alguien que ha nacido tocado por la varita mágica y que es capaz de llamar a la musa para que le dicte su obra. El mito de la inspiración le ha quitado a la escritura, como a cualquier otro arte, el sentido de oficio, de trabajo, de esfuerzo. Nadie puede escribir de la nada; es cierto que quien ha decidido dedicar su vida a las letras tiene, por encima de un carpintero, un ingeniero, un médico o un jardinero, un manejo más fluido de la lengua, que ha amado desde la infancia las palabras y que ha decidido vivir para siempre con ellas. Pero lo demás se adquiere con la práctica y con una constante y permanente; con una profunda capacidad de autocrítica, leyendo y releyendo borradores…»
«El oficio de escritor», María Cristina Alonso