No tiene desperdicio esta reflexión de este gran autor español de relato breve, en esa eterna batalla por conseguir la perfección del relato sin perder la fuerza de la idea primigenia:
Supongo que hay tantos métodos como escritores, aunque en un taller de escritura traten de inculcarse parámetros, cánones, decálogos o manifiestos. Todo sirve, siempre que la indagación personal predomine. Yo soy un tanto esclavo de mis principios, de la insensatez literaria de querer tener algo terminado entre las manos cuanto antes. Esa premura que caracteriza al escritor novel. De todos modos considero inoportuno enfrascarse en una corrección eterna de un texto de seis o siete páginas. Podrá perfeccionarse hasta el límite, pero al tiempo que lo pules le vas arrebatando ese hálito que solo alcanzan unos pocos cuentos. El azar de nuevo. Quizás por eso escribo muchos cuentos, aunque al final sacrificas la mayoría y son contados los elegidos para formar un libro. Conozca a escritores cuyo método es exactamente el contrario y lo respeto: deciden escribir un cuento, lo inician y poco a poco avanzan, van sumando palabras, frases, párrafos, hasta obtenerlo. Para mí, insisto, el arrebato, la suerte, son uno de los acicates a la hora de escribir relatos. Si el cuento, y en eso acabamos coincidiendo todos, tiene algo que ver con la poesía, ¿Dónde dejamos la inspiración del momento?
Quizá por eso mis cuentos preferidos sean los más fotográficos y escénicos, no los más desarrollados. Transcurren en tiempo real, pero un tiempo real cinematográfico, que truca la realidad. […] Carecen de final propiamente dicho, o lo tienen, pero rebajado. No hay grandes finales en cuanto sucede diariamente a nuestro alrededor. Para mí el cuento no es una adivinanza, una serie de recovecos verbales más o menos llamativos que conducen a un desenlace. Siempre he pensado que lo peor que se puede decir de un autor de cuentos es que es ingenioso. Los cuentos que he citado […], surgieron de situaciones nimias, de fogonazos de luz, de la sonoridad de una palabra. Están escritos con total continuidad, sin más pausa que el sobrecogimiento que te indica que has terminado. Pueden estar más o menos corregidos, pero su esencia, su interior y su desgarro, ya estaban allí cuando di por concluida su primera redacción.
Extraído de la entrevista con Gonzalo Calcedo recogida en el libro La familia del aire (Páginas de Espuma, 2011)
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