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27/05/2019 by Rocío de Juan 3 comentarios

C de Contexto

Una quincena más, volvemos con otra palabra del diccionario literario y, en este caso, a una palabra que tiene mucho que decir.

CONTEXTO (EN LITERATURA)

La palabra procede del latín contextus, y hace referencia a todos aquellos elementos que nos permiten ofrecer una interpretación. Esta palabra suele ir ligada a la de texto, porque mientras este es la expresión de la forma, aquella es la que nos permite conocer su contenido.

Esto se ve muy bien (como casi todo) con un ejemplo.

Recuerda que este libro es un best seller :-)

Si analizamos este título, Cien años de soledad, podemos descodificar el mensaje de varias formas:

  • La soledad se puede percibir como un tiempo infinito.
  • La vida es soledad, incluso la más larga.
  • Es una forma de decir que, en el momento final de nuestra vida, nos encontramos solos.
  • Podría ser el principio de una enumeración: cien años de soledad, pasión y amistad, por ejemplo.
  • Es una frase con múltiples significados dependientes del contexto.

En efecto, sin haber leído la novela, parece que la última opción es la que da en el clavo, con independencia de que alguna de las otras posibilidades llegue a ser válida. Esas son las coordenadas en las que se mueven el texto y contexto de nuestras lecturas o nuestras creaciones literarias. Aunque conozcamos muy bien un género, y el contexto del autor, por ser contemporáneo, siempre hay matices que se nos pueden escapar.

Imaginad que usáis la palabra «chico» o «chica». ¿Vuestros lectores entenderán lo que pretendéis transmitir? En Andalucía es muy común usar esa palabra para designar algo o alguien pequeño. «Hay que ver lo chica que es esta silla». En determinadas situaciones, hace referencia a alguien que realiza trabajos para otros. «El chico de los recados, la chica de la tienda». También permite intuir su edad, pero una horquilla de años que viaja desde la niñez, pasa por la adolescencia, y supera incluso la juventud. El lector solo sabrá situar correctamente el texto si facilitamos un contexto apropiado.

Os reto a que intentéis adivinar la edad de esa «chica» a la que se refiere el título.

Imaginad que la palabra que utilizáis es un concepto abstracto, inmaterial, de esos con los que tenemos que tener cuidado porque la literatura solo consigue crear imágenes con las palabras concretas. Por ejemplo, «carisma». En el mundo del rol, es una de las características básicas de un personaje, puntuable. En otras situaciones, puede ser algo una cualidad que atrae (aunque no necesariamente hace bueno a su portador) y si habláramos de un texto cristiano, ya nos referimos a dones específicos concedidos para servir mejor a la comunidad.

Situar estas palabras en un contexto que las haga comprensibles, es labor del autor, si quiere que el mensaje llegue adecuadamente.

Cuando se hace análisis literario, siempre se estudia el contexto social, histórico y literario del autor. La trayectoria personal, sus lecturas, la época en que vivió, son datos que nos permiten ofrecer interpretaciones más fundamentadas sobre el sustrato de una novela. Podemos analizar El señor de los anillos en base al catolicismo de Tolkien, su pasión por la filología, la lectura del Kalevala, el periodo entreguerras en el que fue escrita o la defensa del medio ambiente. Eso permitirá obtener niveles de lectura más enriquecedores.

Libro y autor; texto y contexto

Texto, contexto, subtexto

Juzgar las ideas de libros escritos en otras épocas, y asignarles adjetivos que son propios de nuestro siglo, es descontextualizar el mensaje. Y escribir sobre historias del medievo con protagonistas que bien podrían ser nuestros vecinos de abajo, solo consigue hacer no creíbles esos textos. En cambio, usamos bien el contexto cuando sabemos exponer las circunstancias en las que transcurre el texto, es decir, el entorno y el momento en que se desarrolla la historia. Por otra parte, el subtexto serían las emociones e ideas implícitas en el texto. Nos permite interpretar las frases de los personajes y darles su verdadero matiz («qué lugar tan vacío» puede querer expresar «vayámonos de aquí»). Esto hace que nuestro argumento sea interesante, los personajes más complejos y que crezca en fuerza la historia.

El autor deberá desarrollar un contexto adecuado para su mensaje, el lector buscará interpretar en las coordenadas correctas lo que se le ofrece, y lo enriquecerá con su propia experiencia. Texto y contexto van tan unidos que se llega a una sencilla conclusión: cada lectura es única.

Contadme, ¿cómo trabajáis estos aspectos en vuestra escritura? ¿cómo analizáis una obra literaria? Nos vemos en la siguiente letra.

Publicado en: Alquimia de las palabras, Diccionario literario

07/05/2019 by Rocío de Juan 4 comentarios

B de BEST SELLER

Seguimos esta sección con una palabra que, en realidad, es un anglicismo, tan extendido que me he permitido incluirlo aquí en lugar de en la letra S de Superventas, pues eso es lo que significa Best seller.

Como diríamos en castellano: superventas.

BEST SELLER

¿Qué es un best seller? El DLE recoge la siguiente definición: «libro o disco de gran éxito comercial». Sin embargo, el best seller es algo más que un libro que ha alcanzado grandes cifras de ventas. ¿Sabíais que algunos de los que hoy consideramos clásicos, en su día nacieron como productos superventas? Por lo tanto, un libro de calidad literaria puede realmente convertirse en best seller, lo que no impide que asociemos este término a mala o mediana calidad.

Si tuviéramos que caracterizar a un superventas, lo primero de lo que hablaríamos sería del estilo. Su público es mayoritario, así que la forma de narrar suele ser sencilla, descriptiva. El vocabulario no debe distraer a un lector que suele leer en el transporte público. Los diálogos fluyen con facilidad, y la trama no tiene complejidades excesivas. Por el mismo motivo, los personajes suelen ser estereotipos que pretenden identificarse con el lector actual, como el caso de El diario de Bridget Jones, dirigido a un público femenino, en la treintena, urbanitas e independizadas, sin pareja actual o con rupturas recientes. En la actualidad, el camino lógico de estos libros es del papel a la pantalla, una vez que se ha confirmado un nicho con interés en el tema.

Además de esta tipología, hay un éxito claro de la novela histórica, que tiene también su lugar en el mundo del best seller cuando sabe conjugar determinadas características. Hay novelas ambientadas en el pasado histórico que, gracias a una buena labor de documentación, consiguen obras de calidad, como es el caso de Santiago Posteguillo, que aúna historia y ficción con éxito. Otra variantes es utilizar un misterio del pasado (con frecuencia un secreto escondido al mundo por fanáticos religiosos) y desarrollar en el presente una labor de investigación que revele ese enigma durante tanto tiempo vetado al conocimiento de la humanidad. Sus tramas son tan inverosímiles como literariamente débiles; no quieren ser catalogadas como teología-ficción pero su rigor es casi inexistente. Esta falta de coherencia es, precisamente, lo que ha hecho que se las considere mala literatura o novelas mediocres. Sin embargo, es un subgénero que tiene su público o su momento lector, ya que cumple su papel para momentos de distensión y evasión.

No todos los best seller son iguales. Aunque hablemos, de modo general, de tramas relativamente sencillas, quien lea a Frederick Forsyth sabrá que no hay simpleza en sus novelas. Del mismo modo, aunque se haya identificado a los superventas con literatura mediocre, hay otros dos factores a tener en cuenta: la evolución en los gustos de los lectores, y el mercado editorial. Hablaríamos, por tanto, de long sellers, libros que tienen ventas sostenidas durante un periodo tan largo de tiempo que acaban siendo clásicos, como sucedió con Doctor Zhivago.

El Quijote fue un superventas antes de convertirse en clásico

En el otro extremo estarían los fast sellers, ventas increíbles pero durante poco tiempo, con mucha frecuencia porque han sido la respuesta a inquietudes del momento histórico. Cándido de Voltaire nació con esa idea de fondo, pero luego pasó a long seller. Y quizá el tipo más interesante sea el steady seller, libros que después del gran repunte luego han mantenido sus ventas, y van caminos de ser clásicos de la literatura, como Cien años de soledad.

Los best sellers no son solo consecuencia de cómo está configurada la industria editorial actual, aunque sea cierto que la facilidad para la impresión y un mayor acceso a la educación hayan facilitado que se multipliquen los ejemplares vendidos. Los folletines del siglo XIX son los grandes antecesores del superventas. Donde antes había fascículos, ahora tenemos sagas. Aquellos autores exitosos a veces quedaron relegados al olvido, pero otros tienen su lugar bien visible, como es el caso de Charles Dickens o Wilkie Collins. Generación tras generación, un gran número de lectores ha demandado esta literatura.

¿No conoces este libro de Wilkie Collins? Lo tiene todo: novela epistolar, policíaca, gótica y romántica 🙂

Lo que sí es cierto es que mientras se necesite la maquinaria del marketing editorial para dar a conocer a un autor, son ellos los que decidirán quién tiene visibilidad. Pero dado que existen otras opciones para darse a conocer, como la autoedición, la autopromoción, y las redes sociales, siempre hay abierta una puerta al mundo de los lectores.

Leer best sellers no tiene por qué ser negativo. Algunos de esos libros pasarán a la literatura canónica y otros, sencillamente, nos harán pasar un buen rato de lectura. Al final, lo importante es que eduquemos nuestro gusto literario y sepamos distinguir la calidad. Hay un libro para cada momento y un momentos para cada libro.

Si quieres aprender a diferenciar una buena trama de una mediocre, trabajar personajes, y elaborar historias consistentes, aquí te dejo el enlace a los talleres que organizo. Y con la garantía de que te resultará tan entretenido como la lectura de cualquier superventas 😉

Os espero en la próxima letra 🙂

Publicado en: Alquimia de las palabras, Diccionario literario

03/05/2019 by Rocío de Juan 3 comentarios

A de AB OVO

Comienzo nueva sección: un diccionario que, siguiendo el alfabeto, repase conceptos literarios que comiencen (o contengan) esa letra. Probablemente sean varias vueltas al abecedario, pero me parece un modo interesante de hablar de escritura creativa.

Y comenzamos con la A. He elegido este término latino, ab ovo, porque en cierto modo habla de inicios, y es una opción estupenda para meternos de lleno en harina. 🙂

Ab ovo significa, literalmente, «desde el huevo» 🙂

AB OVO

Una historia tiene tres partes: planteamiento, nudo y desenlace. Dependiendo de cómo queramos contar la historia, podemos elegir iniciarla de modo cronológico, comenzando por un hecho que suceda a mitad del relato, o utilizando un acontecimiento que se encuentra casi al final. Estos tres modos de ordenar los sucesos se denominan con las locuciones latinas ad ovo, in medias res y in extremis.

Casi todos los cuentos tradicionales comienzan ad ovo, con el famoso «Érase una vez», que nos sitúa en la historia del personaje antes de que empiecen a acontecerle los hechos cruciales. Como ejemplo, cito abajo el inicio deLa Bella Durmiente, en la versión escrita por Perrault.

En otros tiempos había un rey y una reina, cuya tristeza porque no tenían hijos era tan grande que no puede ponderarse. Fueron a beber todas las aguas del mundo, hicieron votos, emprendieron peregrinaciones, pero no lograron ver sus deseos realizados, hasta que, por último, quedó encinta la reina y dio a luz una hija. 


La bella durmiente del bosque, Charles Perrault.

Aquí aún no ha tenido lugar el primer incidente desencadenante: los reyes no invitan a la bruja, y por ese motivo, ella hechiza al bebé para que, al cumplir 16 años, se pinche con el huso de una rueca y muera.

¿Y si la historia hubiera comenzado aquí?

Podemos buscar ejemplos más cercanos en el tiempo para ejemplificar este modo de arrancar la historia. Las novelas realistas de mediados del XIX lo hacen de este modo, como Madame Bovary, Crimen y castigo, e incluso Robinson Crusoe.


Nací en 1632, en la ciudad de York, de una buena familia, aunque no de la región, pues mi padre era un extranjero de Brema que, inicialmente, se asentó en Hull. Allí consiguió hacerse con una considerable fortuna como comerciante y, más tarde, abandonó sus negocios y se fue a vivir a York, donde se casó con mi madre, que pertenecía a la familia Robinson, una de las buenas familias del condado de la cual obtuve mi nombre, Robinson Kreutznaer. Mas, por la habitual alteración de las palabras que se hace en Inglaterra, ahora nos llaman y nosotros también nos llamamos y escribimos nuestro nombre Crusoe; y así me han llamado siempre mis compañeros.


Robinson Crusoe, Daniel Defoe

La pregunta interesante, por supuesto, es cuándo debería usar un inicio ab ovo. Aunque me parece que es más sencillo responderla planteándola de otro modo: cuándo puede no ser interesante comenzar ab initio.

Imaginaos un thriller. Es importante capturar la atención del lector con un hecho potente, y eso muchas veces es sinónimo de inicio in medias res. Sin embargo, una historia policíaca puede comenzar con el asesinato de una persona, y que todo discurra en orden cronológico, salvo ciertos saltos temporales, mientras seguimos a la policía o los investigadores en su búsqueda del criminal. Lo mismo sucede con las historias centradas en acontecimientos. A veces será necesario que el lector se familiarice con los protagonistas antes de lanzarles a la batalla (véase Los juegos del hambre) y en otras ocasiones será un suceso posterior el que dé comienzo a la historia como la distopía En un lugar llamado Tierra, de Jordi Sierra i Fabra, donde la historia arranca con el juicio al único superviviente de una nave espacial, y posteriormente sabemos qué es lo que ocurrió en ese viaje. Cuando la novela se centra en un personaje que, muchas veces, da nombre a la novela (David Copperfield) puede ser interesante que nos sitúe en sus orígenes como hace este libro, aunque Posteguillo, en el caso de Yo, Julia, elige a un cronista que, después de todo aquello de lo que ha sido testigo, se pregunta si alguien recordara a aquella mujer que en diez años pasó de ser una adolescente desconocida a augusta emperatriz de Roma (anticipándonos acontecimientos).

La respuesta, por tanto, es nuestra propia práctica, el ensayo/error, jugar con los elementos que pueden resultar más interesantes, de los cuales el tiempo narrativo es solo uno de ellos.

Os espero en la próxima letra 🙂

Publicado en: Alquimia de las palabras, Diccionario literario

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